En el centro de nosotros hay algo que es siempre joven, es más podríamos decir que si envejecemos sabiamente, somos cada vez más jóvenes , cada vez más ligeros de equipaje, despojados, libres, auténticos, felices.
Mirado desde aquí, la vida es un proceso de juvenecimiento, en que el cuerpo se gasta, pero la esencia juvenil se puede ir revelando cada vez con más potencia y belleza. Como si la cáscara fuera cayendo hasta liberar completamente a la esencia. En una maduración sabia, vamos dejando atrás miedos e inseguridades, despojándonos de preocupaciones y falsas imágenes, aceptando el dolor y las etapas del vivir, soltando tantas trabas y angustias de las primeras décadas, como la apariencia, la competencia, el correr permanente, la obsesión por la eficiencia, todo esto va perdiendo peso frente al valor de un buen momento humano, del disfrute y la conexión con las cosas más simples y cotidianas y con ello, la capacidad de reír, de gozar, de reírse de uno mismo, dejando pretensiones y necesidad de sobresalir..
J.C.
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