Me gusta desarrollar mi conciencia para comprender porque estoy vivo, que es mi cuerpo y que debo hacer para cooperar con los designios del universo.
No me gusta la gente que acumula datos inútiles y se crea conductas postizas plagiadas de personalidades importantes. O aquellas que endiosan su cuerpo y lo someten a tareas inútiles, o manchan el Templo Vivo con tatuajes. Pero a pesar de eso, me gusta respetar a los otros, no por las desviaciones narcisistas de su personalidad, sino por su desarrollo interno.
No me gusta la gente cuya mente no sabe descansar en silencio, cuyo corazón critica a los otros sin cesar, cuyo cuerpo se intoxica sin saber agradecer estar vivo; cada segundo de vida es un regalo sublime.
Me gusta envejecer, porque el tiempo disuelve lo superfluo y conserva lo esencial.
No me gusta la gente que por amarras infantiles las mentiras las convierte en supersticiones.
Me gusta colaborar y no competir. Me gusta descubrir en cada ser esa joya eterna que podríamos llamar Dios Interior.
No me gusta el arte que diviniza el ombligo de quien lo practica, me gusta el arte que se utiliza para sanar. "No quiero nada para mí que no sea para los otros".
No me gustan los tontos graves, me gusta todo aquello que provoca la risa.
Me gusta enfrentar voluntariamente mi sufrimiento con el objeto de expandir mi conciencia.
¿Quién soy…?
Me cuesta definirme. Lo que más siento: soy un millón de millones de millares de células vivas. En las profundidades de mi misterio, no tengo nombre, no tengo edad, no tengo nacionalidad, no tengo definición sexual, no tengo nada, soy una vacuidad creativa dispuesta a obedecer a la voluntad creadora y amorosa del cosmos.
J.C.
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